4 razones para no premiar las notas

Premiar las notas académicas es una práctica extendida, bienintencionada y, a primera vista, aparentemente eficaz. Después de todo, ¿a quién no le gusta ver a un niño ilusionado por un pequeño incentivo? Sin embargo, cuando miramos más de cerca lo que sucede en el plano educativo, emocional y motivacional, descubrimos que convertir las calificaciones en moneda de cambio no solo es innecesario, sino contraproducente. La educación debería fomentar el deseo de aprender, no el deseo de recibir algo a cambio.

  1. El aprendizaje deja de tener sentido.

El primer problema de premiar las notas es que desplazan el foco. En lugar de centrarse en el proceso (esfuerzo, constancia, curiosidad) los estudiantes se fijan exclusivamente en el resultado. El aprendizaje deja de ser una experiencia valiosa y pasa a convertirse en un trámite con recompensa. Este cambio de perspectiva, aunque sutil, erosiona la motivación interna, que es la que realmente sostiene el aprendizaje a largo plazo. Un niño que estudia para “ganar” algo no necesariamente está entendiendo, disfrutando o explorando; solo está cumpliendo un requisito para recibir un beneficio externo.

  1. Está en juego su autoestimaPremiar notas... ¿si o no?

Además, este tipo de premios introduce una lógica transaccional peligrosa: si saco buena nota, gano; si no, pierdo. Con el tiempo, el mensaje que reciben los niños es que su valor se mide en función de un número.

Las calificaciones, que ya generan suficiente presión por sí mismas, se transforman entonces en un sistema de premios y castigos. Las consecuencias emocionales no son menores: miedo al fracaso, frustración, autoestima condicionada y una percepción rígida de sus propias capacidades.

  1. Se pierde la visión de las necesidades y capacidades reales

También es importante recordar que las notas no siempre reflejan la complejidad del aprendizaje. Un examen puede medir contenidos memorizados, pero no siempre evalúa habilidades como la creatividad, la colaboración, la resiliencia o la capacidad de resolver problemas.

Si solo premiamos lo que aparece en las notas, estamos enviando el mensaje de que aquello que no se cuantifica no tiene valor, una idea que dista mucho de lo que realmente importa en la vida adulta.

  1. Las notas no pueden condicionar la relación con tu hijo.

A esto se suma un elemento que a menudo pasa desapercibido: las notas no deben condicionar la relación entre padres e hijos. Cuando las calificaciones se convierten en el eje de las conversaciones familiares, en el termómetro del orgullo o en la llave que abre o cierra privilegios, se corre el riesgo de que el niño asocie su autoestima al rendimiento académico.

La relación afectiva —que debería ser un espacio seguro, incondicional y orientado al bienestar— queda contaminada por expectativas y comparaciones. Un hijo necesita sentir que su valor no depende de un boletín, sino de quién es, cómo actúa y cómo crece. Cualquier vínculo que se apoye en premios o castigos basados en notas pierde parte de su calidez y se vuelve más contractual que emocional.

En definitiva… NO debemos premiar las notas

¿Significa esto que no debemos reconocer el esfuerzo o celebrar los logros? En absoluto. La clave está en elegir bien qué celebramos y cómo lo hacemos. Los niños necesitan sentirse vistos y apreciados, pero de forma que fortalezca su autonomía.

Reconocer su constancia, su manera de enfrentar retos, su capacidad para pedir ayuda o la mejora respecto a sí mismos resulta más formativo que premiar una cifra puntual. Un comentario sincero, tiempo compartido, una felicitación concreta o un reto nuevo que estimule su crecimiento suelen tener un impacto más profundo que cualquier recompensa material.

En definitiva, las notas no deberían ser premiadas porque no son un fin en sí mismas, sino un indicador parcial dentro de un proceso mucho más rico. Educar es acompañar, guiar y cultivar el deseo natural de aprender, no comprarlo. Cuando la motivación nace del interés, la curiosidad y la propia satisfacción por mejorar, el aprendizaje se convierte en un motor duradero. Renunciar a los premios no significa exigir menos, sino educar mejor. Y ese, sin duda, es el mayor regalo que podemos ofrecerles.

Si quieres leer más artículos de este tema, te dejo uno que te puede interesar: “Ha terminado el curso y las notas han sido malas… ¿lo castigamos?” .

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